martes, 10 de marzo de 2015

Jara

Recuerdo a mi padre emocionado contándome su historia y hoy lo estaba yo, entre bastidores, oyendo el murmullo de toda aquella gente que se agolpaba esperando que hiciéramos justicia a su memoria. 
Un sudor frío se enquistaba en mi espalda y tenía la sensación de que mi voz no alcanzaría a articular la letra , que mis manos no se moverían para extraer ningún acorde.  Le miré y pude leer también ese  miedo reverencial en sus ojos, esta noche saldríamos los dos al escenario a hacer valer su destino.
Llegó el momento y allí estaba, parecía una guitarra cualquiera apoyada en aquel atril, cubierta de la patina de la historia, una historia de lucha y dignidad, de orgullo y camaradería, de sangre.
Allí estaba, tal y como estuvo aquel septiembre, cuando Victor la empuñó para denunciar la dictadura, antes de que le arrebataran la vida, le amputaran los dedos, los mismos con los que gritaba melodías contra del estruendo de las balas. Ninguno de los dos osábamos tocarla.

Y Silvio cantó «te recuerdo amanda»...

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