jueves, 27 de noviembre de 2014

Wonderland

Él siempre prefirió el café, pero sabía que a ella le gustaba más el té. Así que cada tarde, se reunían a eso de las 5, en una pequeña terracita con el resto de la comparsa, por que habría de llamarse así.
Todos tenían sus peculiaridades, a uno no había manera de convencerle de que resultaba de mala educación no quitarse el sombrero de copa en presencia de una jovencita, el otro por su parte, no paraba de mirar compulsivamente su reloj, en ocasiones daba la impresión de no prestar atención ninguna  la alocada conversación, que cada tarde, se desarrollaba alrededor de aquella mesa.
Él se sentaba siempre en una esquina, con su habitual timidez se limitaba a observarla y al hacerlo en su rostro aparecía una amplia sonrisa que le iluminaba la cara, adoraba cada gesto, cada mueca, cada risita que escapaba de esos labios.
Un día ella dejó de asistir a esos encuentros, la preocupación inicial dio paso a una plomiza sensación de tristeza, pudo entrever por comentarios aislados que ella había decidido volver a casa,  no sabría decir exactamente cual era su casa, pero podía sentir que fuera donde fuera, estaba lejos muy lejos de allí, con lo que podía imaginar que no la volvería a ver. Eso fue suficiente para perder toda cordura, toda esperanza, se había sentido invisible toda la vida hasta que ella le había sonreído.

Al principio en sus elevadas discusiones ni siquiera se dieron cuenta de que faltaba, siempre era tan discreto, sentado en aquella esquina. Después recapitulando comentaron lo obvio,desde que Alicia se había ido, él no había vuelto a ser el mismo.Se le veía más huraño, más apagado, quizás incluso más traslúcido. Llegaron a dos conclusiones, que ya no tenía mucho sentido quedar a las 5, a ambos les venía mal y hasta ahora lo habían hecho por ella y que ese gato estaba herido de amor, desearon que encontrara la cura o que al menos volviera a tomar el té o si lo prefería un café...

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